martes, 4 de noviembre de 2008

Que sí, que no

No pasa un solo día sin que alguna noticia referente a nuestra juventud enturbie las páginas de toda la prensa, radio y televisión. Son tan dispares como las protestas del alumnado de un instituto porque la directiva colocó un circuito cerrado de televisión para controlar actos de vandalismo y comportamiento anormal en el centro, por parte del alumnado, pues ello vulnera la intimidad de este colectivo; o como el asesinato, por degüello y ensañamiento, de una chica de trece o catorce años llevado a cabo por dos compañeros de pandilla, al parecer por causa de un móvil sentimental; o el regodeo de los participantes, que no se privan de aparecer en las imágenes, al maltratar de palabra o de obra a compañeros y a profesores, en las clases, o a médicos y demás personal sanitario, en el centro o en la calle, y difunden las imágenes pon Internet (YuoTube) o por mensaje a través de los teléfonos móviles.

Por otra parte, escuchamos las opiniones de los modernos pedagogos, que aconsejan tratar a los alumnos con deferencia y cariño, para evitar provocarles reacciones de disgusto y posibles traumas psicológicos. Y la voz de los padres, que no consienten que los profesores intenten encauzar la violencia de sus hijos, desautorizando a los enseñantes delante de sus mozalbetes. Y el propio sistema de enseñanza, privado de medios coercitivos o de censura, que hacen prevalecer el criterio del alumno sobre el del profesor, estableciendo una escala inacabable de cargos intermedios con el fin de aplacar las denuncias y consolidar el anonimato de los culpables, sin considerar que se están creando presuntos delincuentes. Y la propia ley, que por tratar de encauzar al menor, según su propia versión, permite la impunidad de los agresores y disidentes del sentido común y denostadores de las más mínimas normas de convivencia y civilidad.

Es decir, que antes de los catorce años, el joven puede hacer lo que le venga en gana, a sabiendas de que casi nada se les puede reprochar, pues son sólo jóvenes, y nadie les podrá inculpar ni castigar de forma severa; todo lo más, se les podrá amonestar o recluir en centros (ya ni se les llama reformatorios) donde se pretende corregir los caminos errados y los pensamientos violentos, para quedar libres de responsabilidad al cabo de un escaso tiempo, durante el cual ni estudian, ni trabajan para ayudar a la sociedad perjudicada, ni hacen propósito de enmienda. Me pregunto: ¿se pretende potenciar su vagancia y mal hacer por parte de los responsables de mantener todo tipo de orden?.

Porque ellos piensan: ¿para qué estudiar si van a ser promocionados por ley, es decir, avanzar en los estudios aunque no estudien?, ¿cómo van a trabajar si no se les proporciona una paga razonable por ello?, ¿por qué han de respetar a los profesores si sus padres luego les protegen y exculpan, pues nunca los hijos de uno son malos, sino unos exagerados los maestros?, ¿qué importa que los representantes de la ley los capturen, los recluyan, si al poco tiempo se evaden de sus culpas y salen por la otra puerta, pues para eso son jóvenes y la ley les protege?, ¿no es mejor amedrentar a los directores y jefes, porque a ellos sólo les interesa proteger sus puestos para crecer en su sistema, y a los jóvenes les interesa envalentonarse, crecerse y ser más machitos?... Y así hasta el infinito podríamos hacer preguntas. ¿Dónde están las respuestas?, ¿quién tiene la llave del laberinto?.

Los sanitarios son agredidos, los responsables de mantener el orden son agredidos, los sacerdotes y religiosos son agredidos, los ancianos son agredidos, las embarazadas y los enfermos y los débiles y los indigentes son agredidos; los chicos y las chicas, indistintamente, agreden, se drogan y no se someten a normas elementales de comedimiento. Pero lo exigen todo, sin considerar las posibilidades económicas de la familia, de la sociedad, del estado; sólo conocen y practican la ley del todo vale, que otros la enmendarán; la del mínimo esfuerzo, que ya otros producirán por mi, pues no es su obligación (la de los jóvenes) extralimitarse ocupando una jornada de su tiempo para dejar de hacer lo que se les ocurre en el terreno del ocio y del vicio.

Es bien cierto que existe otra partida de nuestra juventud que intenta todo lo contrario, que practican otros valores y buscan fines de bonanza, pero suelen quedar sumergidos en la marisma del resto del colectivo y no se les permite destacar o aprender, si no es a costa de coacciones, amenazas o desprecios. Aún así, al final pueden lograr sus fines, pero el esfuerzo empleado es de titanes a los que no se les reconoce su valor mientras están en la vorágine de la lucha.

¿Qué está ocurriendo con nuestros jóvenes?, ¿qué está pasando con los responsables sociales?, ¿y qué con los padres que consienten y prefieren ignorar?.

Y, lo que es más grave: ¿no se darán cuenta los jóvenes que sus posibilidades de ser un ciudadano medianamente normal y de provecho se les está pasando por la puerta y pueden ser irrecuperables?.. ¡Yo haría más, y más preguntas!.

1 comentario:

Unknown dijo...

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