miércoles, 5 de noviembre de 2008

La balanza oxidada

Siempre he visto en cómic o en caricatura las alusiones más irónicas relativas a la Justicia, pero ante la noticia de hoy no sé cómo responderán los humoristas, los dibujantes, los caricatos y los editorialistas, si es que se sorprenden como yo. Y es que la noticia no es para menos.

Se trata de un caballero de mediana edad para el que un señor fiscal ha solicitado 16 años de cárcel; hasta ahí, todo es posible. El escándalo está en las razones: por insultos y críticas al ministerio fiscal, a unos forenses y a algún juez. ¿Cuándo?: hace siete u ocho años. ¡Tarde está piando el susodicho fiscal! ¿Circunstancias?: pues que a este caballero tan sólo le han raptado, violado, asesinado y enterrado a su hija de aproximadamente catorce años.

El padre buscó con ahínco el cuerpo de su hija y el de otras dos amigas que siguieron su misma suerte. Fue todo un despliegue mediático y social lo que ocurrió en aquellas fechas. Creyó que las fuerzas del orden y la justicia no estaban siendo lo suficientemente ágiles y consideró que la ruta de investigación que seguían, aparte de no ser lo suficientemente amplia, no era del todo fidedigna, pues dejaba en el camino retazos importantes que podrían haber sido motivos inculpatorios si se hubiesen investigado inteligentemente.

Cuando la justicia se decidió a dictaminar, lo hizo inculpando a un solo individuo, probablemente al mirón, el deficiente, el morboso, al que no se le demostró que hubiese participado activamente en ninguno de los crímenes, aunque hubiese colaborado en el montaje de los mismos. El caballero lo cuestionó todo, ante la desidia y repudio de información razonable por parte de los investigadores oficiales y su negativa a escucharle, pues ¿qué importancia podría tener el hallazgo de cabellos del pubis de ocho o nueve caracteres genéticos diferentes en el lugar de las violaciones y torturas?, ¿de qué importaba que una de las manos de su hija no hubiese aparecido al desenterrarla?, ¿qué importancia tenía su desaparición de un cadáver reciente, como si se hubiese volatilizado, para los forenses?

Lo peor y más desesperante fue que el verdadero autor del crimen, al menos el cabecilla de aquel presunto grupo, había desaparecido sin dejar rastro y hasta el momento actual sigue desaparecido o se le da por muerto, aunque se conocen su nombre y apellidos, su dirección y la de su familia inmediata. Su cadáver nunca ha sido recuperado.

Este padre se mantiene insatisfecho y sigue llorando la muerte de la chica, que no puede ser sustituida ni por su nueva hija de aproximadamente cinco años. Pues bien, en medio del dolor, de la desesperación, de la incertidumbre, en aquel entonces despotricó contra el procedimiento, que le parecía insuficiente, el de la justicia y las fuerzas del orden, del hermetismo de todos, de su cerrazón, y clamaba por ella precisamente, por la Justicia y por la necesidad del buen hacer de los que la representaban.

A resultas de aquella reacción en situación de absoluta enajenación, en la sala del juzgado y ante los medios de comunicación, algún representante de la ley se ha sentido ofendido y, a resultas de tal sentimiento, decide proceder contra él y propone que se le sancione con tal pena y se le imponga una multa cuantiosa. Porque, ¿qué será de la corporación si no se le castiga duramente por haberles ofendido? Más bochornoso aún: ¡a efectos retroactivos!.

¿Quién puede proporcionarle consuelo ante tal grado de disgusto?, ¿en qué momento de su vida? ¿Alguien se paró a considerar la repercusión que puede tener la decisión de imponerle tal castigo? No parece importar, si no, más que el lavado de imagen del cuerpo o cuerpos que se han dedicado al intento de solucionar el problema tras su rotundo fracaso. ¡Velos y más velos para oscurecer la realidad!.

¡Ay de la Justicia!, tan bella y tan vieja ella, que se la quiere remodelar y modificar sus atributos a capricho de unos pocos, precisamente aquellos que deberían salvaguardar su pureza y su permanencia en el tiempo! ¡Ay del dolor ajeno, frente al corporativismo y la venganza taimada, cuando el olvido debiera haber tendido sus gasas para no empañar las conciencias!. ¡Ay del personalismo y abuso de poder, orgullo mal entendido que tanto daño hace a la sociedad!.

Yo no reconozco, y pienso que muchos españoles de buen sentir tampoco, a esa imagen de brazos derrotados y caídos, cuya balanza descompensada y oxidada por el desuso se le cae de las manos, con un ojo descubierto que observa con socarronería, cuando la discreción y la imparcialidad debieran ser su enseña, y que mantiene el otro ojo cubierto por la faja, tal vez no para compensar el yerro del ojo contrario, sino para mantenerse en la ignorancia.

Yo no reconozco a la Señora en esa parodia y, casi seguro, tú tampoco.

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