sábado, 15 de noviembre de 2008

El poder del capital

John Grisham (Arkansas, 1955), acaba de publicar en Círculo de Lectores La apelación (2008).

Grisham es el maestro del thriller judicial, abogado especializado en Derecho Civil y Penal, y novelista, autor de Tiempo de matar (1989), La Tapadera (1991), El informe pelícano (1992), El cliente (1993), Cámara de gas (1994), Legítima defensa (1995), Causa justa (1996), El socio (1997), El testamento (1999), La Hermandad (2000), La citación (2002), El rey de los pleitos (2003), El último jurado (2004) y El intermediario (2005).

El antecedente novelado más reciente que he leído acerca de la razón fundamental de la trama – el poder del dinero frente a la irresponsable lesión social - ya se insinuaba en El jardinero fiel ( The constant gardener), de John Le Carré (Poole, Inglaterra, 1931), que también ha sido llevada al cine (2005), con éxito, dirigida por Fernando Meirelles, con guión de Jeffrey Caine, e interpretada por Ralph Fiennes, Rachel Weisz, Danny Huston, Bill Nighy, Pete Postlethwaite, Bernard Otieno Oduor y Donald Sumpter. La novela y la película denuncian las irregularidades de la industria farmacéutica, que obtiene exagerados beneficios a costa de la salud de las gentes con las que ensayan sus experimentos, sobre todo utilizando a las de los países más pobres del planeta (en este caso era Kenya, cuyos habitantes han de vivir con menos de un dólar al día). Dice el escritor que esta industria contiene “un lado muy oscuro en el que se mueven enormes cantidades de dinero, un secretismo patológico, corrupción y avaricia”. Los gobiernos del Norte y del Sur están en connivencia con ella. Paralizar dichos experimentos, cuando se descubren, supondría una gran pérdida económica y la oportunidad para que las empresas y gobiernos de la competencia tuviesen una oportunidad para sustituirlas; por eso se persiste en el mantenimiento del engaño y del abuso. Manifiesta que las multinacionales farmacéuticas dedican muchos menos recursos de los que afirman emplear en la investigación y dedican muchos de ellos al marketing y al enriquecimiento ilegal de determinados personajes y entidades, para lograr sus fines, cuando no, aunque manteniéndose al margen de su conocimiento para evitar su implicación directa, a poyar la mercadería de seres humanos, órganos, armamento y droga ilegal. Para colmo, tales investigaciones nada suelen tener que ver con los países en las que se ensayan, sino con patologías propias de los países occidentales y ricos del planeta, ignorando prácticamente las enfermedades endémicas de los países empobrecidos, incluida la hambruna y sus consecuencias.

En La apelación, Grisham recurre al daño producido en una población de Estados Unidos, a través del agua potable contaminada por los vertidos irregulares e incontrolados de una planta química. Como consecuencia: aumento acentuado de enfermedades tumorales y degenerativas en la población afectada.

Un bufete de abogados se encarga de la defensa e invierte todos sus medios materiales y compromisos laborales en ella; consiguen ganar el juicio, espectacular por la cantidad asignada por el juez, y ponen en un aparente serio aprieto al magnate dueño de la fábrica, que trasciende a los medios de comunicación.

Como cabe la posibilidad de recurso, el cuerpo de abogados de la empresa lo presenta, con el fin de provocar una demora lo más extensa posible en la resolución. A la vez que el bufete defensor se debilita por la prolongada espera, mermando progresivamente su economía y ánimo, los afectados se desesperan porque sus subvenciones no llegan y se van muriendo poco a poco los más perjudicados. A la vez, la gran empresa arguye sufrir severas pérdidas, utilizando incluso a la Bolsa y a su imagen dañada en el campo empresarial, mientras que otras empresas subsidiarias crecen y van enriqueciendo al magnate. Este individuo, utilizando su capital comienza a tentar y sobornar a políticos de las Cámaras para que apoyen la candidatura de un cuerpo jurídico corrupto, para derrumbar al vigente, que se mueve dentro de la sabiduría legal y no es útil para sus propósitos, y lo logra. Al final, los afectados reciben cantidades pírricas y engañosas, el bufete defensor se sume en la inanición, la fábrica se traslada y cambia de función, y el magnate se crece porque la legalidad comprada le enaltece y sigue enriqueciéndose, aunque comparta sus ganancias con los nuevos asalariados. La apelación, por tanto, resultó, al fin, ser exitosa.

Es evidente que el dinero no lo es todo, pero lo puede casi todo cuando se le aplica adecuadamente (no digo inteligentemente, pues los inteligentes no suelen ser ricos), y más cuando con él se compran almas y poderes, pues ya el dinero en sí es poder; si a ello añadimos que la ambición no tiene límites, la avaricia es universal y el ser humano es el más débil de los seres, tenemos elaborado el esquema del fatalismo. Ante la corrupción nada pueden las conciencias. Ante el bienestar de aquellos pocos, de poco importa la salud de la mayoría. Parece ser que todo es vendible y que siempre hay alguien dispuesto a comprar. Suele ser común que la ley se parezca sobremanera a la ilegalidad. Paradójicamente, el que más tiene puede no ser el más odiado, pero sí es el más respetado. Cuanto más insensato, pero más rico, es uno, más arbitrario resulta en su proceder. Las consecuencias son impredecibles, como puede deducirse de la lectura de esta obra de John Grisham.

Cuando la estaba leyendo, se estaba desarrollando la campaña de elecciones en los Estados Unidos de América. Al leer en la prensa la inmensa cantidad de millones de dólares que se estaban empleando en ella, se me ponía la carne de gallina...

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