lunes, 17 de noviembre de 2008

Demasiado desconcierto académico y social

Es incompresible que no se tomen medidas contra las agresiones indiscriminadas en el terreno académico, a pesar de que a diario se denuncian casos y más casos de ofensas y ultrajes, por parte de los alumnos y algunos de sus padres, contra profesores concretos o contra el colectivo de docentes.

Sí se hacen y conocen inventarios publicados en los medios de información – estamos, cada día más, en un país de estadísticas – pero su aplicación práctica sigue sin conocerse.

Acaso no importe a las autoridades que los profesores se vean ridiculizados por los sujetos sociales a cuya formación están encomendados – los alumnos, de los que ha de depender el futuro del país -, que sean agredidos en privado o públicamente, que se publiquen dichas agresiones en Internet o por mensajes a móvil, que sean filmados por los propios alumnos - ¿existe premeditación y alevosía en su elaboración tan minuciosa? -, que el índice de afectación síquica en los docentes alcance tamaños porcentajes, que muchísimos de ellos sufran depresión severa y que sus familias sufran las consecuencias, que los agresores no puedan ser sancionados seriamente, que el profesor haya de adoptar una posición vergonzante y casi se vea obligado a tener que pedir perdón por no ser capaz de controlar a tanto energúmeno y sinvergüenza, a veces amparados por los propios tutores, los jefes de estudios y los directores que, para evitar la competencia, para que no trascienda la imagen deteriorada del centro o para proteger su propia responsabilidad, aconsejan a los compañeros afectados que callen los incidentes, que se dobleguen y se esfuercen, si no por enseñar, al menos – suena a chirigota - por manifestar cariño hacia los agresores -.

¿Qué más se le puede exigir a un profesor afectado?, ¿qué tipo de heroísmo se pretende que manifieste, en contra de su propio prestigio y categoría?, ¿a qué nivel queda su capacidad como responsable del aula si se merma tan descaradamente su ascendiente? ¿No sería ecuánime darles clases de defensa personal, dentro del cupo de los numerosos cursillos que se les obliga a realizar para conseguir puntuación, cuyo contenido nada suele tener que ver con la labor que deben desarrollar en el futuro?.

¿Cuánta gente se nutrirá de los pagos que, para ser admitidos a opositar, han de pagar los novatos por los cursos convocados al efecto, consensuados con los sindicatos, a costa del peculio familiar, de tantas y tantas horas de sacrificio durante el tiempo de preparación de la misma oposición, y de tan numerosos desplazamientos kilométricos?. ¡Qué tantos favores se les estarán pagando a los sindicatos para que éstos acondicionen las normas que protejan al cuerpo de interinos, con el fin de no permitir que compitan en igualdad de condiciones con los opositores de nueva generación y corran el riesgo de que les puedan usurpar las plazas que se convoquen, muchas de las cuales ellos están ocupando! Porque hay un hecho cierto: los que no ocupan su plaza previa demostración de su valía, salvo honrosísimas excepciones que lo siguen demostrado a diario, generalmente se adocenan, no estudian y no evolucionan, ni en técnicas ni en conocimientos, porque nada ni nadie les acucia pues ya están asentados tanto laboral como socialmente. Lo grave es que, generalmente, muchas de estas plazas, entiéndase puestos de trabajo como funcionarios, han sido concedidos a dedo, a cambio de favores o por motivos de parentesco y beneficio político.

Resulta poco menos que escandaloso que las autoridades académicas digan que no están dotadas de los adecuados métodos coercitivos o de penalización para poder imponer su autoridad. ¿O no quieren porque políticamente no interesan?; ¿qué o quién les impide reivindicar sus derechos?; ¿qué tipo de inspecciones se realizan en los centros?

¿Tal vez no proceden porque ellos mismos se sienten amenazados por el alumnado a su cargo?, ¿tal vez porque sus superiores en rango les vuelven la espalda?, ¿tal vez porque el cuerpo de profesores del claustro que dirigen carecen de la formación, autoridad y capacidad suficientes, o ellos mismos son tan débiles que no pueden aplicar doctrina porque les pueden sancionar o amenazar con obligarles a cesar en el cargo si hacen evidentes tales desmanes y abandono de sus funciones?, ¿tal vez porque “la puntuación”, si cumpliesen estrictamente con su obligación, no les sería aplicada y les evitaría la posibilidad de un futuro desplazamiento para huir de la anarquía en la que actualmente están inmersos?...

¿Dónde está el criterio de autoridad? No es comprensible que los alumnos campen a sus anchas dentro del aula y del centro de enseñanza, impidiendo la docencia y que los profesores puedan dictar sus lecciones, mucho menos - ¡en qué cabeza cabe! - hacer enseñanza participativa, pues, ¿quién sería capaz de hacerlo, sin merma de su juicio o de su integridad física, inmerso en semejante barahúnda como son el aula y el centro habitualmente? Porque es asiduo - ¿acaso es una “norma tácita” en los centros? – que dentro de las salas los alumnos corran, salten, griten, se desplacen, porten gorras, quemen objetos, destrocen mobiliario, se metan debajo de los pupitres, asalten la mesa del profesor, se tiren cuescos – que son aplaudidos por los compañeros/as y reídos, desgraciadamente, por algunos profesores consentidores que presumen de democráticos -, quemen objetos, lancen cosas por las ventanas y se las arrojen unos a otros con riesgo de herirse, utilicen móviles – aunque se diga que están prohibidos -, se mofen del profesor en su propia cara, se insulten entre ellos a voz en grito…

¿A dónde vamos con estas circunstancias tan adversas? ¿Qué podrá ocurrir con los alumnos que de verdad quieren aprender? ¿Cuál será el futuro que espera nuestros enseñantes?...

sábado, 15 de noviembre de 2008

El poder del capital

John Grisham (Arkansas, 1955), acaba de publicar en Círculo de Lectores La apelación (2008).

Grisham es el maestro del thriller judicial, abogado especializado en Derecho Civil y Penal, y novelista, autor de Tiempo de matar (1989), La Tapadera (1991), El informe pelícano (1992), El cliente (1993), Cámara de gas (1994), Legítima defensa (1995), Causa justa (1996), El socio (1997), El testamento (1999), La Hermandad (2000), La citación (2002), El rey de los pleitos (2003), El último jurado (2004) y El intermediario (2005).

El antecedente novelado más reciente que he leído acerca de la razón fundamental de la trama – el poder del dinero frente a la irresponsable lesión social - ya se insinuaba en El jardinero fiel ( The constant gardener), de John Le Carré (Poole, Inglaterra, 1931), que también ha sido llevada al cine (2005), con éxito, dirigida por Fernando Meirelles, con guión de Jeffrey Caine, e interpretada por Ralph Fiennes, Rachel Weisz, Danny Huston, Bill Nighy, Pete Postlethwaite, Bernard Otieno Oduor y Donald Sumpter. La novela y la película denuncian las irregularidades de la industria farmacéutica, que obtiene exagerados beneficios a costa de la salud de las gentes con las que ensayan sus experimentos, sobre todo utilizando a las de los países más pobres del planeta (en este caso era Kenya, cuyos habitantes han de vivir con menos de un dólar al día). Dice el escritor que esta industria contiene “un lado muy oscuro en el que se mueven enormes cantidades de dinero, un secretismo patológico, corrupción y avaricia”. Los gobiernos del Norte y del Sur están en connivencia con ella. Paralizar dichos experimentos, cuando se descubren, supondría una gran pérdida económica y la oportunidad para que las empresas y gobiernos de la competencia tuviesen una oportunidad para sustituirlas; por eso se persiste en el mantenimiento del engaño y del abuso. Manifiesta que las multinacionales farmacéuticas dedican muchos menos recursos de los que afirman emplear en la investigación y dedican muchos de ellos al marketing y al enriquecimiento ilegal de determinados personajes y entidades, para lograr sus fines, cuando no, aunque manteniéndose al margen de su conocimiento para evitar su implicación directa, a poyar la mercadería de seres humanos, órganos, armamento y droga ilegal. Para colmo, tales investigaciones nada suelen tener que ver con los países en las que se ensayan, sino con patologías propias de los países occidentales y ricos del planeta, ignorando prácticamente las enfermedades endémicas de los países empobrecidos, incluida la hambruna y sus consecuencias.

En La apelación, Grisham recurre al daño producido en una población de Estados Unidos, a través del agua potable contaminada por los vertidos irregulares e incontrolados de una planta química. Como consecuencia: aumento acentuado de enfermedades tumorales y degenerativas en la población afectada.

Un bufete de abogados se encarga de la defensa e invierte todos sus medios materiales y compromisos laborales en ella; consiguen ganar el juicio, espectacular por la cantidad asignada por el juez, y ponen en un aparente serio aprieto al magnate dueño de la fábrica, que trasciende a los medios de comunicación.

Como cabe la posibilidad de recurso, el cuerpo de abogados de la empresa lo presenta, con el fin de provocar una demora lo más extensa posible en la resolución. A la vez que el bufete defensor se debilita por la prolongada espera, mermando progresivamente su economía y ánimo, los afectados se desesperan porque sus subvenciones no llegan y se van muriendo poco a poco los más perjudicados. A la vez, la gran empresa arguye sufrir severas pérdidas, utilizando incluso a la Bolsa y a su imagen dañada en el campo empresarial, mientras que otras empresas subsidiarias crecen y van enriqueciendo al magnate. Este individuo, utilizando su capital comienza a tentar y sobornar a políticos de las Cámaras para que apoyen la candidatura de un cuerpo jurídico corrupto, para derrumbar al vigente, que se mueve dentro de la sabiduría legal y no es útil para sus propósitos, y lo logra. Al final, los afectados reciben cantidades pírricas y engañosas, el bufete defensor se sume en la inanición, la fábrica se traslada y cambia de función, y el magnate se crece porque la legalidad comprada le enaltece y sigue enriqueciéndose, aunque comparta sus ganancias con los nuevos asalariados. La apelación, por tanto, resultó, al fin, ser exitosa.

Es evidente que el dinero no lo es todo, pero lo puede casi todo cuando se le aplica adecuadamente (no digo inteligentemente, pues los inteligentes no suelen ser ricos), y más cuando con él se compran almas y poderes, pues ya el dinero en sí es poder; si a ello añadimos que la ambición no tiene límites, la avaricia es universal y el ser humano es el más débil de los seres, tenemos elaborado el esquema del fatalismo. Ante la corrupción nada pueden las conciencias. Ante el bienestar de aquellos pocos, de poco importa la salud de la mayoría. Parece ser que todo es vendible y que siempre hay alguien dispuesto a comprar. Suele ser común que la ley se parezca sobremanera a la ilegalidad. Paradójicamente, el que más tiene puede no ser el más odiado, pero sí es el más respetado. Cuanto más insensato, pero más rico, es uno, más arbitrario resulta en su proceder. Las consecuencias son impredecibles, como puede deducirse de la lectura de esta obra de John Grisham.

Cuando la estaba leyendo, se estaba desarrollando la campaña de elecciones en los Estados Unidos de América. Al leer en la prensa la inmensa cantidad de millones de dólares que se estaban empleando en ella, se me ponía la carne de gallina...

sábado, 8 de noviembre de 2008

Vallas y fronteras

Todavía no hemos remontado la época de los reinos de taifas. Tampoco hemos ido más allá de las ideas de los clásicos en cuanto a política. Las teorías políticas parecen haberse agotado. No ha surgido, todavía, la mente prodigiosa capaz de crear una nueva filosofía del hombre, del territorio, de la economía, de la sociedad: estamos permanentemente hablando de lo mismo, pero con ligeros matices para decir que es algo novedoso. Pero no.

Por una parte, el mundo tiende a la globalización. Es cierto que no se ha logrado aún definir este nuevo concepto, pero se habla de él como si estuviese definido y, lo más curioso, se le aplica a la práctica, esperando a ver por dónde van las cosas y así poder explicarlo; se apoya, entre otros muchos aspectos, en la tecnología informática, en el derribo teórico de fronteras, en la anhelada moneda única (como si fuese la panacea y no la causa de la crisis que el mundo está sufriendo), en una lengua común, y en el aprovechamiento de los recursos, especialmente humanos, más baratos que ofrecen los terceros mundos, para luego aplicar los resultados a los países poderosos, con más altos medios económicos, acrecentando el precio de lo producido pero dejando de lado a aquellos que elaboraron los artículos con su esfuerzo y su sudor y su cansancio, que no dejan de seguir muriéndose de hambruna y enfermedades, con las más altas tasa de mortalidad del planeta, pero también con las más altas tasas de natalidad; y eso está bien, porque “cuanto más joven sea la población laboral, más capacidad tendrá para seguir produciendo” a cambio de sueldos de miseria, mientras que la selección natural potenciada por los poderosos sigue mermando a los ancianos, que ya no sirven a los cuarenta año de edad, y a los niños endebles o discapacitados; aún así, ocasionalmente puede utilizárseles, con total impunidad, como cobayas humanos o para trasplantes de órganos, entre otros fines.

Mientras, se asegura que el nacismo ya no existe porque, salvo algunos chiflados que lo practican y desean que sobreviva, no tiene cabida ni espacio en la sociedad moderna y occidentalizada, pues las tiranías y las políticas excluyentes están mal vistas y denostadas.

Por otra parte, en nuestro país se sigue potenciando la partición y el separatismo, aunque sagazmente se habla de unidad estatal. Se han multiplicado las autonomías y se ha subdividido el territorio en parcelas en las que gobiernan unos pocos, que resultan ser los elegidos por otros pocos, a los que, en general, la mayoría no les conocemos, pero que son los que nos administran, al fin y al cabo, y dirigen, negocian y gastan el peculio de la colectividad, y de los que la generalidad, electores o no, hablamos casi perennemente mal, pues no siempre llueve al gusto de todos. Decía un paisano mío que, para él, el estado ideal era el de ser comunista pues, con lo que ya tenía y con lo que tenían que darle del reparto de los bienes de los demás, se haría rico, muy rico. No es aplicable a la mayoría esta reflexión, pero sí lo es para muchos, aunque aparenten lo contrario: viva yo y los demás que se arrimen, si les queda sitio.

Lo extraño es que, aunque no se las mencione, por ser también políticamente incorrecto, siguen existiendo fronteras, no sólo lingüísticas sino laborales y sociales. ¿Se van a colocar vallas electrificadas y con alambre de espinos, por tierra, y se va a minar el litoral en nuestra tierra? Lo digo por eso del abuso y la xenofobia de otras comunidades, como la vasca, tal como se escribe en la prensa de hoy, pues ¿a qué viene que a los inmigrantes, sobre todo marroquíes (entiéndase “árabes”), sean embarcados en autobuses y trenes, con viaje pago y una notita manuscrita, para más inri, con la dirección de la policía gallega, entregada por el político de turno?, ¿cuándo le tocará a los gitanos, a los rumanos, portugueses y otras razas no vascas?, ¿y al resto de los españoles, entiéndase andaluces, castellanos, extremeños, gallegos, murcianos, etc?. Me temo que son un procedimiento y una filosofía copiados, desgraciadamente, que puede ser contagiosos, con la mera disculpa de que uno ha de proteger su entorno y su hogar, aunque el “entorno” sea nuestro país (entiéndase “comunidad”) y nuestro “hogar” nuestra propia “aldea”. Porque, ¿acaso no es esta patriotería la hermana del racismo y la xenofobia?.

A todos nos gusta que las cosas se hagan legalmente. Apoyemos esa idea, pero no consintamos que cada administración se lance por sus fueros y menos que abuse de las demás utilizando a los sin papeles, a los que no tienen dónde caerse muertos, a los que ya han sufrido tanto que ni les importe su destino, a los que se les desautorizó ante el mundo, como triste moneda de cambio.

Yo me pregunto: ¿se actuaría del mismo modo si estas personas aportasen capital, aunque no conociesen la lengua y careciesen de papeles?. Dejo la pregunta en el aire.


miércoles, 5 de noviembre de 2008

La balanza oxidada

Siempre he visto en cómic o en caricatura las alusiones más irónicas relativas a la Justicia, pero ante la noticia de hoy no sé cómo responderán los humoristas, los dibujantes, los caricatos y los editorialistas, si es que se sorprenden como yo. Y es que la noticia no es para menos.

Se trata de un caballero de mediana edad para el que un señor fiscal ha solicitado 16 años de cárcel; hasta ahí, todo es posible. El escándalo está en las razones: por insultos y críticas al ministerio fiscal, a unos forenses y a algún juez. ¿Cuándo?: hace siete u ocho años. ¡Tarde está piando el susodicho fiscal! ¿Circunstancias?: pues que a este caballero tan sólo le han raptado, violado, asesinado y enterrado a su hija de aproximadamente catorce años.

El padre buscó con ahínco el cuerpo de su hija y el de otras dos amigas que siguieron su misma suerte. Fue todo un despliegue mediático y social lo que ocurrió en aquellas fechas. Creyó que las fuerzas del orden y la justicia no estaban siendo lo suficientemente ágiles y consideró que la ruta de investigación que seguían, aparte de no ser lo suficientemente amplia, no era del todo fidedigna, pues dejaba en el camino retazos importantes que podrían haber sido motivos inculpatorios si se hubiesen investigado inteligentemente.

Cuando la justicia se decidió a dictaminar, lo hizo inculpando a un solo individuo, probablemente al mirón, el deficiente, el morboso, al que no se le demostró que hubiese participado activamente en ninguno de los crímenes, aunque hubiese colaborado en el montaje de los mismos. El caballero lo cuestionó todo, ante la desidia y repudio de información razonable por parte de los investigadores oficiales y su negativa a escucharle, pues ¿qué importancia podría tener el hallazgo de cabellos del pubis de ocho o nueve caracteres genéticos diferentes en el lugar de las violaciones y torturas?, ¿de qué importaba que una de las manos de su hija no hubiese aparecido al desenterrarla?, ¿qué importancia tenía su desaparición de un cadáver reciente, como si se hubiese volatilizado, para los forenses?

Lo peor y más desesperante fue que el verdadero autor del crimen, al menos el cabecilla de aquel presunto grupo, había desaparecido sin dejar rastro y hasta el momento actual sigue desaparecido o se le da por muerto, aunque se conocen su nombre y apellidos, su dirección y la de su familia inmediata. Su cadáver nunca ha sido recuperado.

Este padre se mantiene insatisfecho y sigue llorando la muerte de la chica, que no puede ser sustituida ni por su nueva hija de aproximadamente cinco años. Pues bien, en medio del dolor, de la desesperación, de la incertidumbre, en aquel entonces despotricó contra el procedimiento, que le parecía insuficiente, el de la justicia y las fuerzas del orden, del hermetismo de todos, de su cerrazón, y clamaba por ella precisamente, por la Justicia y por la necesidad del buen hacer de los que la representaban.

A resultas de aquella reacción en situación de absoluta enajenación, en la sala del juzgado y ante los medios de comunicación, algún representante de la ley se ha sentido ofendido y, a resultas de tal sentimiento, decide proceder contra él y propone que se le sancione con tal pena y se le imponga una multa cuantiosa. Porque, ¿qué será de la corporación si no se le castiga duramente por haberles ofendido? Más bochornoso aún: ¡a efectos retroactivos!.

¿Quién puede proporcionarle consuelo ante tal grado de disgusto?, ¿en qué momento de su vida? ¿Alguien se paró a considerar la repercusión que puede tener la decisión de imponerle tal castigo? No parece importar, si no, más que el lavado de imagen del cuerpo o cuerpos que se han dedicado al intento de solucionar el problema tras su rotundo fracaso. ¡Velos y más velos para oscurecer la realidad!.

¡Ay de la Justicia!, tan bella y tan vieja ella, que se la quiere remodelar y modificar sus atributos a capricho de unos pocos, precisamente aquellos que deberían salvaguardar su pureza y su permanencia en el tiempo! ¡Ay del dolor ajeno, frente al corporativismo y la venganza taimada, cuando el olvido debiera haber tendido sus gasas para no empañar las conciencias!. ¡Ay del personalismo y abuso de poder, orgullo mal entendido que tanto daño hace a la sociedad!.

Yo no reconozco, y pienso que muchos españoles de buen sentir tampoco, a esa imagen de brazos derrotados y caídos, cuya balanza descompensada y oxidada por el desuso se le cae de las manos, con un ojo descubierto que observa con socarronería, cuando la discreción y la imparcialidad debieran ser su enseña, y que mantiene el otro ojo cubierto por la faja, tal vez no para compensar el yerro del ojo contrario, sino para mantenerse en la ignorancia.

Yo no reconozco a la Señora en esa parodia y, casi seguro, tú tampoco.

martes, 4 de noviembre de 2008

Que sí, que no

No pasa un solo día sin que alguna noticia referente a nuestra juventud enturbie las páginas de toda la prensa, radio y televisión. Son tan dispares como las protestas del alumnado de un instituto porque la directiva colocó un circuito cerrado de televisión para controlar actos de vandalismo y comportamiento anormal en el centro, por parte del alumnado, pues ello vulnera la intimidad de este colectivo; o como el asesinato, por degüello y ensañamiento, de una chica de trece o catorce años llevado a cabo por dos compañeros de pandilla, al parecer por causa de un móvil sentimental; o el regodeo de los participantes, que no se privan de aparecer en las imágenes, al maltratar de palabra o de obra a compañeros y a profesores, en las clases, o a médicos y demás personal sanitario, en el centro o en la calle, y difunden las imágenes pon Internet (YuoTube) o por mensaje a través de los teléfonos móviles.

Por otra parte, escuchamos las opiniones de los modernos pedagogos, que aconsejan tratar a los alumnos con deferencia y cariño, para evitar provocarles reacciones de disgusto y posibles traumas psicológicos. Y la voz de los padres, que no consienten que los profesores intenten encauzar la violencia de sus hijos, desautorizando a los enseñantes delante de sus mozalbetes. Y el propio sistema de enseñanza, privado de medios coercitivos o de censura, que hacen prevalecer el criterio del alumno sobre el del profesor, estableciendo una escala inacabable de cargos intermedios con el fin de aplacar las denuncias y consolidar el anonimato de los culpables, sin considerar que se están creando presuntos delincuentes. Y la propia ley, que por tratar de encauzar al menor, según su propia versión, permite la impunidad de los agresores y disidentes del sentido común y denostadores de las más mínimas normas de convivencia y civilidad.

Es decir, que antes de los catorce años, el joven puede hacer lo que le venga en gana, a sabiendas de que casi nada se les puede reprochar, pues son sólo jóvenes, y nadie les podrá inculpar ni castigar de forma severa; todo lo más, se les podrá amonestar o recluir en centros (ya ni se les llama reformatorios) donde se pretende corregir los caminos errados y los pensamientos violentos, para quedar libres de responsabilidad al cabo de un escaso tiempo, durante el cual ni estudian, ni trabajan para ayudar a la sociedad perjudicada, ni hacen propósito de enmienda. Me pregunto: ¿se pretende potenciar su vagancia y mal hacer por parte de los responsables de mantener todo tipo de orden?.

Porque ellos piensan: ¿para qué estudiar si van a ser promocionados por ley, es decir, avanzar en los estudios aunque no estudien?, ¿cómo van a trabajar si no se les proporciona una paga razonable por ello?, ¿por qué han de respetar a los profesores si sus padres luego les protegen y exculpan, pues nunca los hijos de uno son malos, sino unos exagerados los maestros?, ¿qué importa que los representantes de la ley los capturen, los recluyan, si al poco tiempo se evaden de sus culpas y salen por la otra puerta, pues para eso son jóvenes y la ley les protege?, ¿no es mejor amedrentar a los directores y jefes, porque a ellos sólo les interesa proteger sus puestos para crecer en su sistema, y a los jóvenes les interesa envalentonarse, crecerse y ser más machitos?... Y así hasta el infinito podríamos hacer preguntas. ¿Dónde están las respuestas?, ¿quién tiene la llave del laberinto?.

Los sanitarios son agredidos, los responsables de mantener el orden son agredidos, los sacerdotes y religiosos son agredidos, los ancianos son agredidos, las embarazadas y los enfermos y los débiles y los indigentes son agredidos; los chicos y las chicas, indistintamente, agreden, se drogan y no se someten a normas elementales de comedimiento. Pero lo exigen todo, sin considerar las posibilidades económicas de la familia, de la sociedad, del estado; sólo conocen y practican la ley del todo vale, que otros la enmendarán; la del mínimo esfuerzo, que ya otros producirán por mi, pues no es su obligación (la de los jóvenes) extralimitarse ocupando una jornada de su tiempo para dejar de hacer lo que se les ocurre en el terreno del ocio y del vicio.

Es bien cierto que existe otra partida de nuestra juventud que intenta todo lo contrario, que practican otros valores y buscan fines de bonanza, pero suelen quedar sumergidos en la marisma del resto del colectivo y no se les permite destacar o aprender, si no es a costa de coacciones, amenazas o desprecios. Aún así, al final pueden lograr sus fines, pero el esfuerzo empleado es de titanes a los que no se les reconoce su valor mientras están en la vorágine de la lucha.

¿Qué está ocurriendo con nuestros jóvenes?, ¿qué está pasando con los responsables sociales?, ¿y qué con los padres que consienten y prefieren ignorar?.

Y, lo que es más grave: ¿no se darán cuenta los jóvenes que sus posibilidades de ser un ciudadano medianamente normal y de provecho se les está pasando por la puerta y pueden ser irrecuperables?.. ¡Yo haría más, y más preguntas!.

El niño 44

Tom Rob Smith ha publicado (2008) "El niño 44", su primera novela, en la Editorial Espasa Calpe, S.A. Yo he leído la versión que ofrece el Círculo de Lectores (2008).

Es una obra interesante, que puede ser dividida en dos secciones bien diferentes. Una, la más tediosa, que comprende alrededor de las 250 páginas primeras, es una descripción de personajes y ambientes muy al estilo de la novela rusa y nórdica; puede llegar a provocar tedio y tentar al lector a abandonar su lectura, si no fuese por el capítulo primero ("Chervoy, Ucrania, Unión Soviética"), que actúa como gancho inquietante. La segunda, la más excitante, es una aventura de acción permanente, redactada muy al gusto de su autor, hasta ahora guionista de cine y televisión.
Se trata de una novela de investigación policial, con rasgos de novela negra y un evidente thriller, con mucho de fantasía y caldo para el desarrollo de efectos muy especiales, si algún día se la lleva al cine, lo que no sería extraño, pues resultaría ser taquillera.
En síntesis, se trata de la persecución de un asesino en serie de niños del sistema soviético; el gobierno, militarizado, atribuye los asesinatos con ensañamiento a deficientes mentales, a indigentes y a espías de occidente infiltrados, y no acepta que puedan ser obra de ningún ciudadano de su sociedad vigilada, controlada y masacrada por el propio sistema.
Pero el protagonista, expulsado del cuerpo de la MGB, especie de grupo policial casi pluripotente y autónomo, sospecha de la secuencia que siguen la aparición de los asesinados, a lo largo del trayecto del ferrocarril, y se dispone a investigar en colaboración con su esposa, asimismo sospechosa de ser una espía y, por tanto, también perseguida por el mismo cuerpo al que perteneció su esposo.
Las peripecias de la persecución, encarcelamientos y torturas, a la vez que una documentada descripción de aquella sociedad, hacen que la novela, al final, tenga interés y sea entretenida.
El final es inesperado, aunque existen datos que con una lectura cuidadosa pueden sugerir el desenlace de las pesquisas, y pretende ser feliz. Pero el protagonista ama a su país y decide permanecer en él, ahora aceptado por la MGB, en la que priman las premisas de "Vigila a aquellos en quienes confías" y "Confía pero vigila".

sábado, 1 de noviembre de 2008

¡Qué le vamos a hacer!

"¡Qué le vamos a hacer!".


Es la frase que más me escandaliza dicha por un representante de cualquier colectivo, en especial si ostenta un alto rango en la escala directiva del mismo.


¿Es que acaso desde la altura de la pirámide no se aprecian los problemas con claridad?, ¿o es que es tan grande el miedo a caer y estrellarse, que se prefiere ignorarlo todo y no implicarse, o se ha alcanzado la cima ayudado por una grúa oportuna que le ha aupado a uno, sin necesidad de esforzarse para subir los escalones, así, todos de un golpe, y se tiene miedo a la "degradación repentina"?, ¿o es que importan más "los puntos" que se le conceden por el cargo que la obligación de actuar con responsabilidad?.


"¡He llegado hasta aquí por oposición!", puede que sea la respuesta más frecuente a esas preguntas, máxime en esta sociedad democrática en la que se considera que si uno no es funcionario y vive de una nómina no tiene otro futuro, como si haber aprobado la oposición le concediese a uno el privilegio de saberlo todo, de dominarlo todo, de sentirse inmune, de que a partir de entonces todo lo puede.


¿Se ha pensado, acaso, que hay algo que se denomina "calidad" y que esa propiedad se pueden medir o cuantificar y aprender, aparte de tener un algo de congénito?.


Porque es habitual que muchos de aquellos que miran desde la atalaya, que juzgan crudamente y con escaso criterio a los nuevos aspirantes, sean precisamente los que apenas han logrado puntuar suficientemente en los exámenes de su oposición, o bien muchos de aquellos que, siendo interinos "a dedo", han alcanzado tal posición con apenas un suspenso alto por el mero hecho de tener en su haber "años de docencia". ¿Cuál es el criterio que se sigue para valorar la vocación, la calidad para impartir conocimientos


Una de las razones por las que nuestra juventud carece de conocimientos en las cuestiones más básicas y generales es, sin duda, la falta de formación y oferta de calidad por parte de los responsables de dicha formación, entiéndase familia, enseñantes, mentirosos y políticos.


Lo cierto es que se ha ido perdiendo el sentido de la responsabilidad y de la necesidad de adquirir las herramientas necesarias para afrontar la vida de hoy, tan competitiva, tan cruda, tan frustrante, con tan pocas ofertas de bienestar.


En otra ocasión trataré de meditar sobre estos puntos y otros que vayan surgiendo en el discurso.