sábado, 1 de noviembre de 2008

¡Qué le vamos a hacer!

"¡Qué le vamos a hacer!".


Es la frase que más me escandaliza dicha por un representante de cualquier colectivo, en especial si ostenta un alto rango en la escala directiva del mismo.


¿Es que acaso desde la altura de la pirámide no se aprecian los problemas con claridad?, ¿o es que es tan grande el miedo a caer y estrellarse, que se prefiere ignorarlo todo y no implicarse, o se ha alcanzado la cima ayudado por una grúa oportuna que le ha aupado a uno, sin necesidad de esforzarse para subir los escalones, así, todos de un golpe, y se tiene miedo a la "degradación repentina"?, ¿o es que importan más "los puntos" que se le conceden por el cargo que la obligación de actuar con responsabilidad?.


"¡He llegado hasta aquí por oposición!", puede que sea la respuesta más frecuente a esas preguntas, máxime en esta sociedad democrática en la que se considera que si uno no es funcionario y vive de una nómina no tiene otro futuro, como si haber aprobado la oposición le concediese a uno el privilegio de saberlo todo, de dominarlo todo, de sentirse inmune, de que a partir de entonces todo lo puede.


¿Se ha pensado, acaso, que hay algo que se denomina "calidad" y que esa propiedad se pueden medir o cuantificar y aprender, aparte de tener un algo de congénito?.


Porque es habitual que muchos de aquellos que miran desde la atalaya, que juzgan crudamente y con escaso criterio a los nuevos aspirantes, sean precisamente los que apenas han logrado puntuar suficientemente en los exámenes de su oposición, o bien muchos de aquellos que, siendo interinos "a dedo", han alcanzado tal posición con apenas un suspenso alto por el mero hecho de tener en su haber "años de docencia". ¿Cuál es el criterio que se sigue para valorar la vocación, la calidad para impartir conocimientos


Una de las razones por las que nuestra juventud carece de conocimientos en las cuestiones más básicas y generales es, sin duda, la falta de formación y oferta de calidad por parte de los responsables de dicha formación, entiéndase familia, enseñantes, mentirosos y políticos.


Lo cierto es que se ha ido perdiendo el sentido de la responsabilidad y de la necesidad de adquirir las herramientas necesarias para afrontar la vida de hoy, tan competitiva, tan cruda, tan frustrante, con tan pocas ofertas de bienestar.


En otra ocasión trataré de meditar sobre estos puntos y otros que vayan surgiendo en el discurso.

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